dilluns, 21 de novembre del 2016

Jorge, el Gaitero (Any Granados)

L'any 18984 l'Enric Granados va treballar sobre una sarsuela que no es va arribar a estrenar, i de la que, a més, no tenim constància ni de la seva lletra ni de la seva música. El seu títol fou "Jorge, el Gaitero", i l'autor de la lletra fou Antonio Guerra y Alarcón.


Eren els anys que Granados va viure a Madrid, preparant unes oposicions a professor del Conservatori de Música de Madrid. No va arribar a presentar-se a les oposicions, perquè va caure malalt, de certa gravetat, justament quan per fi es van dur a terme, més d'un any després de la seva primera arribada a Madrid. Les va guanyar una dona, María del Pilar Fernández de la Mora, la primera dona a guanyar plaça com a professora del conservatori de Madrid, i la va guanyar competint amb homes: Jenaro Vallejos, Emilio Sabater, Javier Jiménez Delgado, Antonio Puig y Ricardo Alzola. No es van presentar a examen un parell més d'homes, Granados entre ells, o sigui que va guanyar competint amb una llista inicial de 7 contrincants homes.

Aquesta sarsuela inèdita de Granados formava part dels seus intents de donar-se a conèixer a Madrid com a compositor d'obres líriques, donat que era més fàcil sobreviure escrivint sarsueles que obres per a piano o conjunt de cambra, i que Granados no tenia diners. No sabem del cert com era el llibret de l'obra, però revisant publicacions he trobat un relat anomenat "Jorge, el Gaitero", publicat en la revista "La América", que dirigia precisament Antonio Guerra y Alarcón, i amb data de publicació de 1886, o sigui, uns quants anys abans de l'arribada de Granados a Madrid. El Teatre Parish (també conegut com a Teatre Circ Parish) de Madrid va indicar que s'estrenaria una obra de igual títol (o aquesta) a l'octubre de 1899, però no es va arribar a estrenar.

Vet aquí el relat, en castellà (i força llarg, però molt maco):


JORGE, EL GAITERO
(Tradición popular)

Hace ya mucho tiempo que no produce Irlanda músicos tan hábiles como Jorge, el pobre ciego que, llevado de la mano por su madre que le servía de lazarillo, iba de pueblo en pueblo conmoviendo a los montañeses con los sonidos armoniosos que arrancaba al tosco instrumento que era su único modo de vivir.

Joven, alto, hermoso, daba lástima verle siempre con los ojos fijos, con esa fijeza que la ceguera da a la mirada, la gaita a la espalda, andando lentamente y siempre acompañado de su madre, que de cuando en cuando le miraba tiernamente, como miran las madres a sus hijos, enjugando furtivamente la lágrima rebelde que rodaba por sus mejillas. Todo el mundo los conocía en la montaña, y de todos eran bien recibidos; ninguna puerta se cerraba ante ellos, y siempre había un sitio en la mesa y un puesto en el hogar para los dos.

Cuando, sorprendidos por la noche o por la tormenta, invocaban la hospitalidad en la primera choza que hallaban al paso, empezaban llamando sobre los caritativos la protección de Dios —que oye siempre las súplicas de los pobres— y luego, sentados ante el fuego, en medio de todos los habitantes de la casa, viejos, jóvenes y niños, mientras la leña chisporroteaba al consumirse, y el viento rugía azotando las puertas con furor, Jorge sabía encontrar en la sencilla gaita irlandesa las notas más dulces, las melodías más conmovedoras, que al resonar en medio de la noche parecían cánticos de serafines. Y escuchándole, no había ojos que no se humedeciesen, ni corazón que no apresurase sus latidos.


II.

Porque Jorge no era un gaitero como lo son la generalidad. Jorge se trasmutaba, por decirlo asi, al arrancar al rústico instrumento aquellas notas que bullían y palpitaban a su alrededor, como chispas divinas, envolviéndole en una atmósfera particular, y abstrayéndole del mundo material. Era ciego; la luz, que tanto oía encarecer, se negaba a llegar a sus muertas pupilas, y todo era noche oscura, noche densa para él; pero al herir sus oídos los ecos de sus melodías, revelábasele un mundo nuevo, y la magia de los sonidos le hacía comprender la magia de los colores, y las armonías de sus cantos, las armonías de la luz.


III.

Así, pues, no tiene nada de particular, siendo el primer músico de la montaña, que no hubiese fiesta en toda ella, ni aún en los pueblecitos de la costa, a que no fuesen Jorge y su madre los primeros invitados. Todos se levantaban para recibirlos al verlos llegar, y en las bodas el joven era llevado a su asiento por la misma novia, radiante de felicidad, que por el camino le rogaba recordase sus mejores canciones para alegrar su casamiento. Y en los bautizos Jorge era quien depositaba el primer beso en la frente del recién nacido, a quien deseaba en una trova sentida, suerte mejor que la suya, y sobre todo, unos bellos ojos para poder ver el cielo y el mar, los valles, los abismos, las llanuras y las montañas.

Un día, el mismo en que principia la leyenda, Jorge salió de su choza acompañado de su madre en dirección a la costa, buscando un sitio encantador, un pedazo de playa que se extendía al pie de una roca y en el cual venían las olas a morir. En frente la inmensidad del mar reflejando en su vasto seno la inmensidad del espacio; a un lado y otro grandes rocas que parecían resguardar a los que acudían a aquel sitio de los golpes del mar y los bramidos del viento; a la espalda la falda de la montaña ostentando su hermoso manto de verdura, y a lo lejos, elevándose al cielo como un tenue vapor las primeras brumas de la tarde.

Allí estaban reunidos los habitantes de las cercanías. Celebrábase la boda de uno de ellos con la hija de un pescador, joven y hermosa doncella que no disimulaba su alegría, y la presencia de Jorge en la fiesta se explicaba perfectamente. Invitado de antemano, había compuesto para ella una linda sonata, que dedicaba a la novia, y en la cual agotó el pobre músico de la montaña el tesoro de su inspiración; en aquella sonata había reunido el infeliz todos sus deseos, todas sus quimeras, todas sus fantasías; los ecos de la música que sonaba incesantemente en sus oídos, las reminiscencias de una vida ajena a la materia, vida que él vivía y en cuyos goces se embriagaba; las voces, en fin, que una vez y otra vez venían a turbar sus pensamientos y arrebatarle a sus meditaciones.


IV.

Caía la tarde. Las nubes sembradas en el inmenso campo del espacio simulaban un incendio, heridas por los últimos rayos del sol Poniente, cuyo inflamado globo tocaba ya los limites del horizonte. Una calma tranquila, serena, no turbada por rumor alguno, se extendía por todas partes. Las olas, lamiendo dulcemente la orilla, se dilataban entre sus arenas. Ni un soplo de aire rizaba la liquida superficie.

Los aldeanos, reunidos en la playa para festejar la boda de los dos jóvenes y desearles mil felicidades para el presente y hermosos sueños para el porvenir, sentíanse rendidos de tanto bailar, y su voz estaba enronquecida por el canto. Sólo Jorge, siempre triste, siempre sonriéndose con aquella sonrisa melancólica que de cuando en cuando erraba por sus labios descoloridos, sólo el pobre ciego, a cuyo lado se sentaba su madre, seguía tocando sus bellas canciones, aplaudidas de todos y por todos oídas con religioso respeto.

De pronto, Jorge se levantó.

—Voy a tocar —dijo— mi última sonata, que dedico a la novia. La hice ayer en medio del silencio de la noche, y puse en ella todos los sueños de mi alma.

Gritos prolongados de alegría acogieron estas palabras. Todos se sentaron, preparándose a escuchar. La novia, objeto de todas las miradas, bajó confusa los ojos y se colocó con su novio cerca de Jorge. El pobre músico les dio las gracias y empezó a tocar.

A los primeros ecos de la sonata, los aldeanos se miraron sorprendidos. Nunca habían oído nada que se pareciese a aquella delicada armonía que ahora llegaba hasta ellos, y en la cual tenían una nota cada sentimiento, un gemido cada dolor;, al concluirse la primera estrofa todos lloraban. Después, y conforme fue adelantando la música, un encanto, del que nadie podía darse cuenta, empapaba los sentidos de los oyentes, que en vano querían romperlo y estallar en hurras entusiastas. Sin poder moverse del sitio en que se habían colocado, la admiración los poseía de tal modo, que ni sus lenguas podían hablar ni sus manos aplaudir. ¡Extraño espectáculo el de aquella multitud que parecía clavada en sus asientos, y que, pendiente del músico de la montaña, mirábale con fijeza, sin poder separar sus ojos de los ojos sin luz del pobre ciego!

Su misma madre estaba sorprendida. Ella tampoco guardaba en su memoria recuerdo alguno de nada semejante; nunca su hijo estuvo tan inspirado; nunca, como entonces, había encontrado el medio de conmover todas las fibras del corazón.

En cuanto a Jorge, también sentía la influencia de su música; él también parecía trasportado a regiones más altas y más puras. Sin darse cuenta de lo que por él pasaba, enderezó de repente su paso, y echó a andar maquinalmente hacia la orilla. Por una extraña alucinación, creía tener vista; sentía como si el velo de sus pupilas se hubiese rasgado, y veía el paisaje tal como mil veces se lo había descrito su madre. E1 sol hermoso, bajo dosel do nubes festoneadas de púrpura, hundiéndose lentamente en el mar, que parecía entreabrir su seno de olas para recibirle.

De pronto dio un paso atrás y se detuvo, pero sin interrumpir la ejecución do su sonata. Por todas partes creyó ver salir de entre la espuma de las aguas peces de todos tamaños y de todos colores que salían para escuchar atentos la música que sonaba; sonaba sin cesar, poblando el aire de cadenciosas armonías. El sol mismo parecía haber detenido su curso para no perder la última nota.

Y en medio del mar, como envuelta en una nube trasparente, de pie sobre la tersa superficie un ser ideal, una mujer joven y hermosa, tal como esas ondinas que tienen en el fondo de las aguas sus alcázares misteriosos y cuya existencia afirmaban todos los cantos populares de la montaña, extendía hacia él sus brazos do nácar. Una corona de coral ceñía sus sienes; collares de perlas rodeaban su garganta. La luz del sol naciente brillaba en sus ojos, y una sonrisa hechicera vagaba por sus labios. Este ser ideal saltó a tierra, y acercándose a Jorge murmuró dulcemente en sus oídos gratas frases do amor y de ternura.

—Ven —le decía— yo soy la reina poderosa de las aguas, que tengo un palacio maravilloso que la Luna ilumina con su luz al rielar sobre las ondas. He oído tu voz, y he venido por ti; he venido a llevarte conmigo a ese reino cuyos tesoros son infinitos como el deseo, inmensos como la esperanza. En la tierra eres ciego y no ves nada de cuanto te rodea; ven conmigo y yo daré a tus ojos la luz que necesitan para admirar la creación.

Jorge escuchaba estático esta voz que abría nuevos horizontes a su alma, sin separar la vista de su fantástica aparición que le atraía hacía sí con un poder inexplicable. No veía ya nada: el ciclo y el mar, la playa y la montaña estaban envueltos en la sombra para que así se destacase mejor la figura de la ondina, que aguardaba su respuesta como envuelta en un nimbo luminoso. Y los sones cada vez más dulces, cada vez más armoniosos de la sonata, seguían palpitando en el espacio.

-Sígueme —murmuraba la ondina—. Yo te daré un amor sin límites en mis grutas de cristal silenciosas como el olvido. El mar será tu esclavo, y sus tempestades, que atemorizan a los hombres y conmueven las montañas, se estrellarán temblando a tus pies. ¡Ven! ¡Ven! Deja la tierra en que padeces, la tierra en que sufres, y yo te daré un paraíso con mi amor.

Jorge empezó a andar. La voz de la ondina acariciaba sus oídos, como el soplo del viento que pasa entre las flores sin moverlas. El infeliz seguía aquella voz melodiosa que era su única guía y le arrastraba a su pesar...


V.

En la playa, los aldeanos, para los cuales era invisible la figura de la ondina, veían con terror que Jorge se alejaba sin volver atrás la vista y sin presentir el peligro que corría de caer en el mar; pero los ecos de la sonata, que no dejaba de vibrar, los privaba de toda acción. Sólo la madre de Jorge, por un esfuerzo vigoroso, pudo gritar con voz angustiosa:

—¡Jorge, hijo mío, ven!!..

Pero Jorge no la oía. Delante de él marchaba la ondina sonriéndose y señalándole con la mano su camino. Así llegaron a la orilla. Ella se precipitó en las aguas, y el pobre músico se precipitó también tras ella. Allí espiraba la canción. Al caer Jorge al agua, sonó la última nota que era un gemido de agonía. Rompióse entonces el encanto, y todos corrieron hacia la orilla. Jorge habia desaparecido ya, y las sombras nocturnas cubrían la inmensidad del mar y los últimos confines del ciclo.


VI.

En vano, los más atrevidos pescadores fueron por sus lanchas y registraron la costa hasta bien entrada la noche, mientras sus mujeres y sus hijos prodigaban los más solícitos cuidados a la madre del músico, medio muerta de angustia y de dolor; en vano todos los días siguientes recorrieron ansiosos la playa esperando que el mar devolvería su presa para darle cristiana sepultura. El cuerpo de Jorge no salió nunca a la superficie y nadie volvió a verle. Desde entonces, y siempre que la noche es callada y serena, cuando ningún rumor turba el viento y las olas baten la arena sin ruido; cuando las estrellas lucen tranquilas como flores en la inmensidad, los pescadores que vuelven con retraso a sus hogares, oyen una blanda música que parece salir de en medio de las olas: es Jorge que gozando delicias sin fin en el alcázar de la ondina, la adormece con los dulces ecos de sus sonatas amorosas.

Eugenio de Olavarría y Huarte (1853-1933)

Un Rèquiem poc reixit al Liceu de Barcelona

El passat dimarts 15 de novembre vaig assistir a un d’aquells concerts que sobre el paper em produeixen una certa preocupació: tres obres de Wolfgang Amadeus Mozart. La preocupació té una explicació molt subjectiva: m’agrada més varietat en un concert, un cert contrapunt que pugui, opcionalment, suposar un descans si la lectura de l’únic compositor per part del director no és del meu plaer. Però bé, no per això arribava predisposat en contra dels resultats.


El programa incloïa 3 obres:  1) Música per a un funeral maçònic, KV477 (479a); 2) Concert per a piano n.23 en La major, KV488; 3) Rèquiem en Re menor, KV626 (versió Franz Xaver Süssmayr). Com a solistes: al piano l’Ignasi Cambra, i al Rèquiem la soprano Elena Copons, la mezzosoprano Gemma Coma-Alabert, el tenor David Alegret i el baríton José Antonio López. Amb ells l’Orquestra del Gran Teatre del Liceu, dirigida per en Josep Pons, i el seu Cor, dirigit per la Conxita Garcia.


Fetes les presentacions, començaré per dir que estaria bé que els responsables escènics del Liceu pensessin en les files de platea, si més no en les primeres, a l’hora de crear l’espai escènic. Des de la meva posició, a la fila 6, no podia veure més enllà de la primera fila de cordes, cap so directe dels instruments de vent, siguin fusta o metall, ni de la percussió. És a dir, un so descompensat en la recepció auditiva. El so dels instruments de vent m’arribava, òbviament, per reverberació, mentre violoncels, contrabaixos i violins primers m’arribaven directament. Violes i violins segons molt esmorteïts. Donat que van poder preparar una plataforma pel cor, no es podria fer el mateix pel vent fusta i metall, com a tots els teatres simfònics del món? No és pas l’únic teatre al qual he assistit amb aquest problema, molt freqüent amb locals que de fet són locals de teatre, dramàtic o líric, però estem parlant del Gran Teatre del Liceu.


Entrant ja en la Música per a un funeral maçònic he de dir que els meus dubtes es van veure esvaïts en qüestió d’un parell de compassos: l’entrada desordenada dels instruments convidava a marxar de la sala, a esperar el final de l’assaig i tornar després. Però lamentablement no es tractava d’un assaig, i aquest problema d’entrades esglaonades dels instruments, on caldria esperar entrades a l’uníson, va continuar al llarg de tota la nit en moments puntuals, o sigui, quan fa mal. El ritme d’aquesta peça, sumat a la falta d’inflexions dramàtiques o de modulacions melòdiques, va produir l’equivalent d’un tic-tac-toc, una pulsació continua sense matisos, amb molt poc encert en la direcció. I faltaven dues obres del mateix compositor!


El Concert per a piano número 23 de Mozart és senzillament una obra per a gaudir-la de principi a fi, en una tonalitat, la de La major, poc freqüent en obres orquestrals, però de les poques una és la sensacional Simfonia No.7 de Ludwig van Beethoven, i com aquesta, el concert de piano de Mozart es caracteritza per ser brillant, lluminós, despreocupat i, segons la tradició musical, representa l’amor innocent, l’alegria juvenil ... No m’ho va semblar així al Liceu, em va semblar molt planer, sobretot en la part pianística, mancat d’inflexions, mancat de brillantor no per excés de lluminositat, sinó per absència. M’explico: si toques amb un pianoforte de l’època de Mozart pots esperar obtenir un so d’aquestes característiques, però si ho fas amb un Steinway & Sons actual és d’esperar que, fins i  tot Mozart, soni més lluent. Ignasi Cambra va demostrar un bon coneixement de l’obra, tret de les errades de la Cadenza, però crec que li falta una lectura musical més profunda.


Responent als aplaudiments del públic, i a l’evident suggeriment del director Josep Pons, Cambra ens va oferir com a propina una Sonata en Re menor de Domenico Scarlatti, si no m’equivoco la Kk.9 “Pastorale”, amb un resultat força millor que el del concert, amb un so planer com s’espera d’una sonata escrita per a un instrument anterior al piano.


Després d’un descans de mitja hora, l’habitual al Liceu, em vaig preparar a escoltar el Rèquiem de Franz Xaver Süssmayr, sobre uns apunts de Wolfgang Amadeus Mozart, alguns d’ells força acabats, pel que diuen. A banda de l’entrada un altre cop gens encertada, el cor inicial, el del Introitus em va donar esperances, si el cor aguantava el nivell aleshores podíem encara gaudir d’una bella obra, sabent a més que els solistes, a tots els quals he sentit abans, ho farien bé, que ho van fer. Però no, el cor del Liceu és un cor d’òperes, té el so agafat d’un cor d’òperes, i les sopranos canten amb un enorme vibrato tan bon punt la nota s’enfila amunt, convertint-se en protagonistes, quasi en antagonistes de la resta dels cantaires. Aquí hi ha un altíssim component personal meu en la meva apreciació: no suporto que les sopranos passin per sobre de la resta de les veus (difícilment ho faran els baixos, l’orella humana percep més els aguts, per això els sons dels mòbils són sempre aguts). Les demés veus del cor li van donar un bon equilibri a les intervencions corals de l'obra.


Deixeu-me dir que la trompa és un instrument infernal (ho dic a cada crònica) i que només per això acostumo a disculpar els instrumentistes de trompa. Un cop dit això afegiré que ahir no es va assolir, ni de bon tros, el nivell esperat en un concert d’aquesta orquestra.


Molt bé els quatre solistes, amb uns concertants molt ben executats, sense tapar-se entre ells, respectant-se i respectant la partitura amb una gran professionalitat. Nobles veus totes elles, la millor part de la nit, gairebé l’única bona part de la nit, veus que espero poder gaudir en millors circumstàncies.


Per últim, comentar el bon nivell del programa de mà, en el que donava una pista del que no vam viure: es destaca la Música per a un funeral maçònic amb la frase “il·lustra amb gran intensitat expressiva el caràcter espiritual que batega en la música maçònica de Wolfgang Amadeus Mozart”, justament una intensitat expressiva que no va ser present al Liceu.

dijous, 10 de novembre del 2016

O Freunde, nicht diese Töne!

És veritablement curiosa la tendència a creure en la democràcia només segons els resultats electorals: la majoria electoral que serveix per fer president a un empresari d'èxit sembla demostrar que el poble que l'ha votat està absolutament trastocat, però una majoria similar en altres circumstàncies sembla prou per demostrar que un poble sap el que vota (i no vull dir en quin cas, tot evitant rèpliques que no fan al cas).

Quan els partits de signe ultra-patriòtic (per dir-ho d'alguna manera si fa no fa caracteritzadora) aconsegueixen una majoria, els progressistes pensen que el problema no és pas la democràcia, sinó la gent. Quan són els partits progressistes (per dir-ho d'alguna manera) els que guanyen, els ultra-patriòtics consideren que el problema és la gent, no pas la democràcia.

 El problema, si és que hi ha algú, és que la manca de cultura i de coneixements no permet una lliure elecció. O sigui, el problema és el "sistema democràtic" imperant arreu, no pas la democràcia com a idea intel·lectual.

I després de tot, els SPQR fan el que volen, amb independència de programes polítics, de promeses electorals i de signes ultra-patriòtics o progressistes. I ho saben, ells ho saben, ho saben els caps dels partits i ho saben els diputats, congressistes, i senadors, i ho saben tots els que es posen el barret de la representació política, saben que pactaran entre ells i que els límits de la democràcia es troben al mateix sistema democràtic.

Veig al món (la qual cosa és l'exageració, no pas la meva opinió estadística) trencar-se la roba, esmicolar-la, estirar-se les barbes i els cabells, plorar, cridar, llançar proclames apocalíptiques sobre l'avenir del planeta, abraçar els fills ... i tot perquè un empresari d'èxit, maleducat, groller, pagat de si mateix, que sembla sortit d'una pel·lícula barata dels germans Coen, ha assolit la presidència d'un país que diu de si mateix que és el més important del planeta. Dubto que el Sr. Trump sigui com el Sr. Hitler, n'estic convençut que la civilització no patirà les conseqüències de la seva arribada al poder com va partir la del austríac Adolf Hitler, i tot esperant que no sigui així (i veient que ningú no fa res amb el Sr. Kim Jong-un, ni s'espera que s'acabi la Humanitat per culpa seva), només em cal recordar que ...

O Freunde, nicht diese Töne!
Sondern laßt uns angenehmere anstimmen,
und freudenvollere.
Freude! Freude!