dilluns, 5 de desembre del 2011

Alas de Navidad (cuento)

Jean-Luc observaba los rostros preocupados, casi angustiados, de sus hijos y nietos. Cerca, su esposa Amélie guardaba un silencio amante y respetuoso, pues era el momento del marido, cercano al final del camino. Habían llegado todos de la lejana gran ciudad, de París, la Reina del Mundo como cantaba la Minstinguett. El último de la familia, el pequeño bisnieto Emmanuel, jugueteaba en la habitación ante el disgusto de su padre, que hubiera preferido sentarle en una silla, pero el viejo aviador quería ver al bisnieto correr y verle alegrar la casa con su amor a la vida.

Los había reunido allí a todos para despedirse, o eso intuían. Sabían lo cercano que estaba el final de su vida, por eso la tristeza, por eso la tensión, por eso el deseo de que todo acabara sin sufrimientos, con dulzura, con ternura. Pero acaso el hecho de que fuera Nochebuena podría cambiar el guión, quizás la reunión era la de una Navidad especial, con todos juntos por primera vez en muchos años; Amélie se había encargado de que no faltara nadie.

Cuando los tuvo allí a todos reunidos el viejo aviador miró a cada uno a los ojos con un gran amor y empezó un relato, el último relato:



"Voy a contaros algo que nunca antes confesé a nadie. Era el año 1944 y aquí, en esta misma casa, vivía yo una adolescencia ciega, la vista perdida nadie sabía explicar bien por qué. Amanecía el día de Navidad, y ni siquiera en aquel día los bombarderos dejaron de cruzar por encima nuestro camino de una Alemania ya casi vencida.

Solía despertarme a cualquier hora de la noche desde que perdiera la vista. Al no ser capaz de distinguir la luz de la oscuridad mi joven cuerpo no encontraba un ritmo natural de vigilia y cualquier ruido me despertaba. Bueno, no todos, pero los bombarderos siempre me despertaban. Los oía, daba igual a qué altura fuera, no importaba que nadie más los oyera: yo los oía y casi podía verlos. Amaba los aviones desde siempre, pero ya nunca podría sentirlos obedecer mis órdenes, como un jinete siente su caballo.

Despierto, pero temeroso de levantarme, me concentraba en los aviones en aquella mañana de Navidad cuando sentí la voz de un hombre: "Hola Jean-Luc", empezó a hablar con dulzura, "me han contado lo que te pasó, me han dicho que tu horizonte se cerró y la luz desapareció de tu vida. Y he visto cuánto amas la aviación, cuánto desearías estar allí arriba para volar".

Asombrado, pero no asustado, me dejé arrullar por aquella voz a la par segura y emocionada. "Sí", contesté, "¡tanto desearía poder volar! Pero he perdido la vista y ya nunca podré saber lo que se siente cerca de las estrellas.".

"Jean-Luc, soy aviador, y deseo compartir contigo lo que se siente", me dijo aquel hombre. Entonces sentí su mano tomando la mía y me incorporé. Me dejé llevar de la mano y en seguida noté una silla tras de mí, y aquel hombre me habló de nuevo: "toma asiento, Jean-Luc, ahora ya puedes abrir los ojos".

"¿Abrir los ojos?", respondí. Un suave sonido de confirmación me hizo abrir mis abiertos ojos, y para mi asombro pude ver: era de noche y estábamos volando, aquel asiento era el de un avión, enfrente mío los relojes daban cuenta de informaciones que no sabía interpretar, y más allá, tras el sucio cristal, por delante y por encima mío, el cielo estrellado me descubría el mundo que una vez soñé. Oía la voz del aviador, pero no le veía. "¡Veo!, ¡Veo las estrellas, veo las nubes iluminadas por la Luna, la veo a ella misma!" Emocionado, esperaba y temía despertar en cualquier momento de aquel espectáculo irreal par mí a la par que deseado. "¿En qué avión estamos?". "Un Lockheed de reconocimiento, un Relámpago", me dijo, "el avión más rápido del mundo".

Entonces sentí su mano en mi hombro, ví algo entre sus dedos y él de nuevo me habló: "Jean-Luc, éstas son las alas que llevarás desde ahora, cuídalas, hazte merecedor de haberlas recibido. Ahora adiós, quizás algún día volamos a vernos".

Al instante la imagen del avión se desvaneció y me ví de nuevo en mi cama, aquel amanecer de Navidad. La luz del Sol golpeaba aquí y allá en mi habitación, y yo podía verla. Los médicos hablaron de un milagro, y aunque nunca pudieron entender por qué mi vista se había nublado, quisieron ver en mi recuperada visión el descanso de mi alma por el inminente final de la guerra.

Y ya sabéis el resto, hijos, nietos, esposa, ya sabéis cómo he servido como aviador a esas alas que recibí aquella noche, cómo he amado el estar allí, entre las nubes, por encima de ellas, cómo he vivido tratando siempre de ser merecedor de aquel gesto de amor de aquel aviador.

Ahora es el momento de despedirme de vosotros, siento que mis alas se cierran y deseo descansar entre ellas más allá de las nubes y las estrellas".



En la habitación se hizo el silencio. Jean-Luc cerró los ojos y a la vez cerró su puño derecho, como queriendo conservar algo a buen resguardo.

"¡Abu!", dijo Emmanuel. "¿Cómo se llamaba el aviador?".

"¿El aviador? ¡Ah ... sí!". Jean-Luc tomó de su mano la de su pequeño bisnieto. "¿Lo ves ahora?" Entonces Emmanuel vió también al aviador, las estrellas y las nubes plateadas por la Luna. "Su nombre es ... Antoine de ...".

No dijo más, pero Emmanuel ya lo sabía, él había recibido en aquella carlinga del P-38 las alas que le entregó su bisabuelo. Entonces supo que el también sería aviador.



A todos los aviadores, spotters, instructores y estudiantes que cerraron sus alas en 2011.

José María Rebés

dijous, 17 de novembre del 2011

Cuando lo sientes

A Claudia R'Oyh (por una vez va dedicado por la inspiración del propio texto).

De cuando en cuando, quizás sin ritmo, quizás sin cadencia alguna, es cuando mis dedos buscan el teclado en esta página de mis pensamientos. Entiendo entonces que se ha producido esa conexión fluida entre las ideas y los sentimientos que impulsan los músculos de mi cuerpo a desprenderse de esas sensaciones nacidas al abrigo de un cerebro que nunca entenderé.

Dicen que el cerebro es el todo, el cuerpo reflejado en él, el alma flotando en su interior y adueñándose de su física voluntad, de sus reflejos y de sus ímpetus. Dicen que con el alma puedes parar el corazón, con el deseo atormentarlo, con los sueños endulzarlo, con la actividad ignorarlo y con la inacción embrutecerlo. ¡Tantas cosas dicen! ¡Tantas cosas siente él de sí mismo a través de sí mismo!

Pero cuando siento esta necesidad de expresar lo que no sé que quiero contar, entonces sé que mi cerebro acaba de conectar con una realidad muy propia mía, que el sentir, el hacer y el pensar, en pura cita Gandhiniana, acaban de encontrarse en algún punto de mi deambular, que veo las cosas claras porque las siento transparentes, que sé que son así porque ví a su través y que puedo narrarlas como si todo aquel que me escuchara pudiera a su vez entender la esencia de lo que hay más allá de mis palabras.

Déjame que sienta así por una noche, por una horas o al menos por el instante que tarde en enviar a la Nube mis palabras. Esta vez no trataré de convencerte de nada, quizá ni siquiera me atreva a explicarte historia alguna, simplemente no siento que deba narrarte nada en especial, ¡como no sea la dicha que siento por tu propio canto!

Mañana la vida volverá a ser esa lucha en la que busco cómo embarcar en la misma habitación mi querer, mi sentir y mi quehacer, mañana ... o quizás más tarde, la pereza dé paso a la inercia, ésta a la dejación, y aquella al sentimiento de culpa. O sentiré que mis propios pensamientos me traicionan, o que mis ideas son fruto de mis pasiones pero no de mis reflexiones. Mañana ... tal vez más tarde, mi sentir del mundo se empañará con mis propios egocentrismos, y perderé esa visión penetrante en la esencia de lo profundamente necesario, de los imprescindiblemente cierto y de lo intangiblemente esencial. Mañana, pero no ahora. Ahora entiendo las razones de la vida, ahora sé lo que vale la pena considerar y lo que debo dejar fuera del recuadro en el que escribo, sé distinguir lo negro del blanco y en el alto cielo el fondo estrellado.

No permitas que piense en mañana, hoy es el único momento en el que vivo ahora. Aunque al pedirte que no me dejes ser como soy quizás yo estoy volviendo de mi éxtasis momentáneo. En él creí, como en un orgasmo, que el tiempo puede prolongarse en la sensación perfecta, que el futuro se detuvo en el presente instantáneo. Pero ahora que sé que el futuro está empañando esa visión límpida del más allá de mí mismo, ahora ... es el momento perfecto para cerrar mi caja de sorpresas por esta vez.

¡Gracias a la vida que me ha dado tanto!

dimarts, 15 de novembre del 2011

El Puente Aéreo clásico

Eran otros tiempos en casi todos los sentidos, tiempos sin móviles, tiempos sin ordenadores portátiles, sin la urgencia de la inmediatez que Internet ha instalado en nuestras vidas. Las cosas funcionaban como por sí mismas, y aunque nos cuestionábamos el por qué de los monopolios, en realidad no podíamos imaginar que el final de los mismos supusiera también el final de una era que ahora podemos considerar como clásica: la de las compañías de bandera. Estas líneas sirven de recordatorio de una de las actividades que más beneficios dieron a Iberia en aquella etapa de clasicismo: el Puente Aéreo.

Inicié mis viajes en el Puente Aéreo en torno a 1978, no mucho después de su inauguración en 1974 con 20 vuelos diarios. En el transcurso de los años dorados de ese enlace volé en DC-9, en B727, en MD-87, MD-88, DC-10 y B747. Tengo dudas acerca de otros modelos, como el B757 (no digo que no hicieran el Puente Aéreo, sino de si yo volé en ellos).

En los primeros tiempos, los clásicos, los aviones eran siempre DC-9 y B727. Odiábamos cuando nos tocaba un DC-9 (quién los pillara ahora) por la estrechez de los asientos, pero los B727 no eran tampoco ninguna maravilla en comodidad. Eso sí, había carreras para entrar los primeros en los B727 y seguir hasta el fondo, hacia esos tres asientos que quedaban justo donde la puerta 2R, los únicos asientos en los que se podía estirar las piernas sin tocar el asiento delantero (te sentabas donde querías, como en EasyJet o Ryanair hoy en día o Clickair en sus inicios). Y eran tres solamente porque en torno a la puerta 2L estaba la zona de catering del avión, por lo que no había asientos allí, ni los había por detrás de esa zona de catering. Si entrabas muy tarde al avión sabías que te tocaría motor, fila 30 a la derecha. Motor ... impresionante rugir que casi impedía hablar con tu compañero de vuelo.

En aquellos tiempos se fumaba en los aviones (la prohibición llegó en 1999), fuera cual fuera el tiempo de vuelo y el destino, excepto durante las operaciones de despegue y aterrizaje. Los aviones del Puente eran como una espesa niebla una vez que se apagaban las luces de cinturones de seguridad. Los 45 minutos de vuelo de los B727 (el más rápido de la historia de aviones comerciales, Concorde aparte) significaban el poder fumar 2 ó 3 cigarrillos uno detrás de otro antes del aterrizaje, y eso era exactamente lo que hacían la mayoría de fumadores. Hoy en día resultaría de denuncia, entonces era normal.

En algún momento antes de 1999, quizás a mediados de los 80' (es uno de esos datos que no tengo) Iberia decidió habilitar zonas de fumadores y de no fumadores en sus aviones. Inicialmente se dividieron los aviones de Puente Aéro (DC-9 y B727) en izquierda y derecha, por lo que los asientos Alpha, Bravo y Charlie (en DC-9 no había Bravo) eran de no fumadores y los Delta, Eco y Foxtrot eran de fumadores. En los demás aviones de la flota iba por zonas de filas.

Después los del Puente pasaron a zonas de filas, con las de atrás como fumadoras (a partir de la 18, con menos del 50% de fumadores). Peor que peor, el humo se concentraba entonces en las últimas filas como si fuera un puré londinense y las carreras para hacerse con los 3 asientos de oro del B727 tenían un nuevo precio: había que soportar aquel puré si querías ir cómodo.

El embarque se realizaba mediante tarjetas platificadas de colores, no mediante papeles de usar y tirar. Aquellas tarjetas llevaban un número impreso como toda indicación, que daba cuenta del orden en el que llegabas a facturación antes del vuelo. Cada vuelo tenía un color diferente del anterior, de modo que cuando llamaban a embarque les bastaba con decir "¡Tarjetas de color azul!" por ejemplo. A veces perdías un vuelo por unas pocas tarjetas de diferencia, a veces en una fila del check-in daban colores del vuelo siguiente pero en tu fila no, o al revés, a veces preferías perder un vuelo e ir en el siguiente a tener que correr con la lengua fuera hasta el avión desde la sala de facturación, porque literalmente era lo que tenías que hacer si te decían :"¡corra, el vuelo se está cerrando ahora mismo!". Se daban tarjetas hasta que se completaban los asientos o hasta la hora prefijada, pero en las épocas clásicas los vuelos iban casi siempre llenos. A veces preferías pillar el siguiente vuelo para poder optar a los 3 asientos de oro ... ¡para que luego ese siguiente fuera un DC-9!

A veces te daban un número bajo, pongamos el 3: habías perdido el vuelo anterior por 3 tarjetas. Llegabas a la sala de embarque, te sentabas y entonces desde la puerta de embarque el de Iberia gritaba: "¡las primeras 5 tarjetas del siguiente pueden embarcar ahora en este vuelo!". Y entonces corrías a la puerta de embarque, no fueran a embarcar 5 (aunque no los cinco primeros) y te dejaran en tierra ... un cuarto de hora o media hora más.

A veces tu tarjeta tenía un número superior al 200. ¡Vamos en DC-10 o B747! Los viernes por la tarde, a última hora, Iberia habilitaba vuelos con sus grandes aparatos para culminar la semana y "repatriar" a madrileños y barceloneses a casa. ¿Vuelos de posicionamiento? No lo sé. Al último vuelo del viernes le llamábamos "El golfo".

Mil anécdotas de Puente Aéreo podría contar, fueron muchos años y la camaradería entre pasajeros y tripulación era extraordinaria, propia de la cantidad de horas que unos y otros pasábamos allí y de las veces que coincidíamos. Recuerdo haber anclado la rampa o haberla desanclado en un B727, haciendo el trabajo del TCP (¡hoy en día ni se me ocurriría!), recuerdo haber despegado con el asiento reclinado más allá de lo normal por fallo del asiento, recuerdo los zumos de naranja (¿llevaban naranja?) que distribuían a bordo, los diarios gratuitos gentileza de Iberia, a los comandantes narrar resultados de partidos de fútbol (a veces viajabas justo cuando se disputaba un partido de la UEFA), una TCP informando que volábamos a 300 metros de altitud de crucero (¿no está la meseta a 500?) ... Recuerdo haber dejado uno de esos 3 asientos de oro de un B727 a un jugador del Real Madrid de baloncesto: Fernando Martín. El Real Madrid volvía un lunes por la mañana de un enfrentamiento en Badalona, tras pasar noche en Barcelona. También coincidí con el Joventut en otro vuelo, y con muchos famosos. Entre ellos el Molt Honorable Jordi Pujol. Ese fue en un vuelo de B747, en el que se reservó toda la zona delantera para él y sus acompañantes. Yo iba el primero de la siguiente clase. Entraron los últimos, como es normal y csi pasaron desapercibidos, dadas las cortinas de separación entre clases.

En su camino de Madrid a Barcelona el Puente salía al mar a la altura del Delta del Ebro. Entonces yo pensaba: "15 minutos para el aterrizaje". Desde aquella altura se ven los Pirineos, y cuando están nevados y está atardeciendo, cuando vuelves cansado de tu día de trabajo en el "país de al lado" y ves esa puesta de Sol, metido dentro de un cigarro puro que vuela a 1000 km por hora, entonces sabes lo que es volar en un B727. Lo que no sabes es que un día habrán dejado de volar y te convertirán a tí en un clásico.

dijous, 25 d’agost del 2011

El engaño del límite

"¡Te has pasado de la raya! ¡Ahora sí que te has pasado!"

Bueno, claro, eso depende de dónde esté la raya, que pocas veces en mi vida he visto pintada. ¿Me he pasado? Bien, si lo dices es que lo he hecho, pero, mirando hacia atrás, ¿dónde estaba esa raya? Ahora que lo dices incluso yo mismo soy capaz de darme cuenta de que estoy más allá de donde hay un retorno inadvertido. Eso sí que soy capaz de reconocerlo, sé cuándo tengo que pagar el viaje de vuelta del sitio al que mi mal humor me ha llevado.

Pero nunca vi la maldita raya, no mientras la cruzaba.

No debo ser el único, ni mucho menos. Todos tarde o temprano parecen enfrentarse al engaño del límite sobrepasado, a esa sensación de haber definitivamente atravesado una frontera sin ser consciente de dónde acabó el buen humor y dónde empezó el malo, dónde terminó la cordialidad y dónde comenzó el atosigamiento, el respeto o la falta del mismo, el cariño o la rabia. El amor o el odio.

Si te llamo tonta no me malinterpretes, fue cariñoso. "¡No tonta, no!" fue cariñoso, nunca te quise llamar tonta ... aunque te traté de infantil con esa frase, lo reconozco inconscientemente. Tampoco es que piense que eres infantil en voz alta, o quizás ahí sí que lo fuiste, pero nunca quise faltarte. ¿Lo hice? ¡¿Dónde estaba la raya?! ¿Podemos volver a atrás?

Si vuelves para atrás lo harás con las maletas aún más cargadas. Si no vuelves entonces tu vida habrá trascendido, ya no serás aquel y aquellas ya no serán tus circunstancias. Elige, una carga mayor o abandonar lo que fuiste y ya no volverás a ser.

Y es que el límite no existe, no al menos como algo tangible, es un sistema elástico que uno sabe que ha traspasado cuando la interacción demuestra que ha sido traspasado. No hay libreta de reglas, ni manuales, no hay medidas, no hay fronteras naturales, no hay recetas ni hay escuelas de limitografía, nada de todo eso existe. Sabes que te has pasado del límite cuando te lo dicen o cuando te lo dices a tí mismo, que es otra forma de interactuar, en este caso reflexiva, hacia uno mismo.

"Las verdades no ofenden".

Es otra forma de hablar del límite. ¿Qué verdades? ¿Para quién son verdades? ¿Quién juzga qué porcentaje de esa verdad está más allá del límite? El que está personalmente implicado, a una banda u otra de las afirmaciones, entenderá su propia verdad, que nunca coincidirá con la del otro. Al igual que en una pelea cualquiera de pareja, las opiniones de los tertulianos tienen un límite movible, variable y desconocido para cada uno de ellos.

Donde comen 2 comen 3.

Cierto, pero no sigamos con esa sucesión, porque llegaríamos a que donde comen 2 comen mil millones, y eso ya no se sostiene: si donde comen 2 comen 3, donde comen esos 3 comen 4, lo que nos lleva a donde comen 4 comen 5, y así sucesivamente donde comen mil millones menos 1 comen mil millones. Ahora, cerrando el silogismo, donde comen 2 comen mil millones. Y a mí no me salen las cuentas.

Si te digo "por ahí no paso" y luego paso, habrán muchos pasos que cruzar tras ese, y por ahí no paso (¡creo que lo dije antes de atravesar unas cuantas puertas!). Si te llamo tonta y no te ofendes entonces no te ofendas si te digo imbécil, y así sucesivamente. Si llegué tarde 5 minutos a la cita, y no pasó nada, mañana llegaré 5 minutos después de los 5 minutos y no tendrá que pasar nada. Cuando llegué 2 horas tarde ya hablaremos, pero si donde comen 2 comen 3 ¿por qué te ofendes conmigo si llego 2 horas tarde?

Disculpa si te ofendí ...

... Que yo seguiré haciéndolo, pero con una puerta entreabierta a volver a donde estábamos. Yo te digo mis verdades, te descarno y te pido disculpas. Ya cumplí con el límite, lo rodeé, me ligué a una cuerda del otro lado y posteriormente estiré de ella y vuelvo a estar del lado de la cordialidad. Ahora si te sentiste ofendido, perdóname que sea tan crudo, es tu problema. Yo cumplí, tú eres tonta.

Dialéctica:

1- Arte de dialogar, argumentar y discutir
2- Método de razonamientos desarrollado a partir de principios
3- Capacidad de afrontar una oposición
4- En un enfrentamiento, apelación a algún tipo de violencia
5- Relación entre opuestos

¡ Disculpa si soy tan dialéctico !

divendres, 5 d’agost del 2011

Desmemorias fragmentarias (Introducción - 2)

Hoy leí que la memoria tiene un componente de sucesos y otro de ordenación temporal de los sucesos. Dicen que el transtorno de una cierta parte del cerebro está relacionado con lo segundo, y que quien lo padece es capaz de recordar cosas pero no es capaz de dotar a los recuerdos de un significado al no conseguir encajar temporalmente los sucesos. Entiendo. Algo así como tener una caja de viejas fotografías y no saber ordenarlas temporalmente. ¡Podrías reconstruir tu vida en un orden diferente cada vez que abres la caja!

Para mí la memoria se divide (o multiplica, según se mire) en interna y externa. Interna es la original mía o la de aquellas cosas que creo recordar por mí mismo, externa es la que se apoya en objetos o personas, todo aquello que está fuera de lo que puedo recordar cerrando los ojos y sumiéndome en una habitación libre de sonidos y olores.

Los internos, tengo que reconocerlo, son migratorios y variables en su mayoría. Hay algunos firmemente asentados, que no cambian con el tiempo, que son como fotografías bien documentadas, incluyendo matices no solo visuales sino también de olores, de sensaciones del espacio en el que suceden los hechos recordados, y otros muchos componentes que conforman algo más un 3D de los sentidos. Luego están los demás, los que "me suena que...", "me parece que..." y los de "no sé si lo recuerdo o me lo invento". De estos últimos hay tantos que podría escribir un libro ... ¡si no fuera porque lo estoy haciendo!

Y es precisamente gracias a las fotografías que puedo ordenar algunos hechos remotos de mi vida, como muchas personas, pero no son el componente más importante de mi memoria externa. Para mí mi memoria son los demás: vosotros (o ellos) sois (o son) la fuente inagotable de sorpresas de mi propia biografía. Desaparecida mi madre, con ella se fue un porcentaje muy alto de mi memoria externa, la de la infancia y adolescencia, pero también la de tantos hechos narrados en confidencias que después olvidé o enterré, en el sentido que comentaba ayer de lo que es enterrar un yo anterior.

De esas memorias de personas conocidas quiero destacar que algunas son recuerdos de "ida y vuelta", o quizás sea mejor llamarlos "copia de seguridad de los recuerdos". Supongamos que tras un viaje le comento a mi amigo X que en París mis compañeros de trabajo entraron en el Crazy Horse mientras yo me quedaba en el hotel, algo arrepentido de no ir al music hall pero convencido de que salir a las 2 de la madrugada del local no es lo mejor si tenemos que levantarnos a las 7 para empezar una dura jornada de trabajo en la ciudad. Al cabo de muchos años, mi amigo X me devuelve el recuerdo, el cual ha vivido una vida propia en X y se ha visto modificado por el entorno en el que ha vivido interno. El recuerdo me es devuelto como que "¡Sí hombre! ¡Me lo contaste tú! ¡Estabas en París y tus compañeros se fueron de putas y tú no quisiste porque estabas casado!". A eso me refiero con lo de ida y vuelta, se van de una forma y vuelven cambiados, pero tú no estás en disposición de saber qué parte está cambiada.

Imagina que cuando te devuelve el paquete de memoria tú ya no recuerdas nada de aquella anécdota. Imagínalo por un momento, seguro que si padeces mi desmemoria fragmentaria entonces entenderás que puedes llegar a creer que realmente pasara algo así, porque aunque no lo recuerdas en absoluto tu amigo te está ofreciendo datos que sí recuerdas: sabes que estuviste en París, que lo hiciste con compañeros de trabajo, algo te suena de que te quedaste en el hotel solo una noche ... ¿pero qué es lo que no cuadra?

El backup de memoria se ha convertido en una trampa, a partir de ese momento recordarás haber sido un puritano en París, en lugar de recordar haber sido muy poco amante de la sana diversión y bastante formal en lo profesional. Que no es lo mismo, vaya.

En algunos casos soy capaz de reconocer que aquél no es mi paquete de memoria o que ha sido ampliamente alterado. En otros casos incluso llego a dudar acerca de cuál es la verdadera historia, y comparando ambos paquetes, el interno y el externo, acabo siempre por reafirmarme en el interno. ¡A fin de cuentas es mío! Pero en muchos casos no tengo manera de separar el trigo de la paja y acabo por incorporar una versión de segunda mano de mi propia vida a mi memoria interna, lugar en el cual esa anécdota sufrirá una transformación tamizada por mi yo actual para convertirse en una tercera versión aún más alejada, seguramente, de la original que aquella que se me devolvió como copia segura.

Luego está la memoria de las discusiones, la del "tú dijiste y yo dije". Esa no existe, el espacio reservado en mí para las largas discusiones es como una cinta continua grabadora de corta duración: conforme avanzan las discusiones las fases anteriores quedan machacadas y borradas. En cambio, por increíble que a mí me parezca, los demás parecen recordar siempre las afrentas que les hice, una detrás de otra y hasta con mis propias palabras, o al menos con mi forma de expresarlas. Resumiendo las grandes discusiones las recuerdo por su duración, no por su contenido, y por las conclusiones adoptadas, por supuesto, aunque no sean las que en su momento adopté, sino las que ahora creo que eran las conclusiones realmente adoptadas. Mi mundillo interno es capaz de transformar cualquier cosa, ya ves.

A estas alturas debes pensar que no me fío de mí mismo ni de los demás en lo que concierne a mi propio pasado. Aciertas en parte, porque no me fío de mi pasado puntual, del de las fotografías, de las instantáneas, de las anécdotas o de las grandes frases pronunciadas en los grandes momentos, de todo aquello que podría narrar si hubiera escrito un Diario. De todo eso no me fío, porque no escribí ningún diario. ¿De qué me fío entonces? Pues de los grandes trazos, de las travesías pero no de las etapas, de los puntos de partida y de llegada que han marcado mi deambular, del resumen más que del detalle de mi vida.

Es por eso que intitulé estas líneas como "Desmemorias" pero también como "fragmentarias", porque lo que en ellas puedes encontrar son fragmentos fiables de mi vida y muchos fragmentos de mi desmemoria, estos últimos basados en gran parte en las copias de seguridad externas a mi memoria.

dijous, 4 d’agost del 2011

Desmemorias fragmentarias (Introducción)

Amigo lector, primero de todo debo agradecerte que hayas comenzado por la introducción, lo cual denota un interés, inesperado para mí, por parte de cualquiera que tenga ante sus ojos estas líneas; para seguir tengo que decirte que el título responde a mi deseo de no ser demandado por ninguna de las personas que puedan aparecer en estas líneas. A buen seguro que lo harían y lo más probable es que ganaran cuantos pleitos interpusieran contra mi memoria. Por eso he tenido que ser sincero desde la primera palabra, el título, y reconocer que no me acuerdo muy bien de casi nada; además ni siquiera recuerdo todo lo relacionado con lo que recuerdo, por lo que lo más probable es que mis recuerdos correspondan más a mis ficciones que a la realidad de los demás. Dicho lo cual y una vez más, debo agradecerte que todavía estés leyendo mi introducción.

La memoria humana funciona de alguna manera incomprensible para mí, y seguro que para muchos de los demás seres humanos. Solo unos pocos sesudos investigadores y otros pocos elucubradores profesionales deben ser capaces de imaginar por qué recuerdo lo que recuerdo, por qué mi memoria funciona con flashes en color y por qué no consigo olvidar lo que me molesta de mi propia vida. ¡Sería increíblemente útil olvidar los grandes errores! Una vez que ya has aprendido la lección, ¿para qué seguir sintiendo la vergüenza del recuerdo? Claro, dirás, si olvidas el error no recordarás que eso no lo debiste hacer y repetirás tu error.

Pues me temo que eso es también erróneo, de ser así no caeríamos innumerables veces en los mismos errores. ¡Los años que me costó dejar de fumar! Aunque eso es lo de menos, lo de más es ¡las veces que lo dejé y volví! Quien no fume no sabe a qué me refiero, creo sinceramente que no hay una actividad como la de fumar para eso. El tabaco no te atonta como el alcohol o las drogas, sigues en tu plenitud intelectual mientras fumas, y a veces incluso crees que es más intelectual hacerlo o que ayuda al intelecto al conseguirse un mayor nivel de concentración mental. Sigues siendo tú mientras fumas, un tú incluso magnificado por la géstica y la personalización del consumo del cigarrillo.

Por eso debe ser tan difícil dejar de fumar. ¿A quién le gusta dejar de ser él mismo y olvidar cómo es para dedicarse a ser otro y, casi irremediablemente, un traidor a la causa del tabaquismo? ¿Y qué haré ahora?  ¿Cómo consumiré mis angustias? El vacío gestual se abre ante tí, el gestor de exhalar el humo mientras miras al techo se acabó en tu vida, el encestar un aro de humo con más humo se terminó para siempre, el repetitivo de retirarle la ceniza al extremo del cigarrillo se extinguió ... ¿Qué te queda? ¿Hacérselo a un lápiz? Dejas de ser tú y a partir de ese momento serás otro tú. Tendrás que aprender a vivir contigo y a conciliar la imagen que tienes de tí mismo con la que surja cada día.

Estoy seguro de que estás pensando que me he ido de peteneras con el tema del tabaco, que yo estaba hablando de la memoria y todo eso, pero comprenderás rápidamente que hablo de la memoria. Porque ineludiblemente la memoria reside también en los gestos, en los olores, en las actitudes, en las afirmaciones de uno mismo y en el que en conjunto uno piensa de sí mismo, tanto como en esas neuronas que malfuncionan en muchos de nosotros. Al menos mi memoria reside en esas cosas también. Lo que significa que he dejado por el camino recuerdos relacionados con esas actitudes, con esas personalizaciones que ahora cuesta de rememorar, con esos "yos" que ya no existen.

Sucede lo mismo con los cambios, casi radicales aunque hayan sido paulatinos, de actividades vitales. He sido muchas cosas a lo largo de mi vida, he inundado mis deseos de éxitos muy variados, he desarrollado mis potencialidades en direcciones bien dispares, y con cada una de ellas he enterrado la anterior. En ese entierro metí en la zanja muchos recuerdos y muchas relaciones, doliendo tanto unos como las otras.

Pero dejemos una pausa en esta Introducción, debes estar ya agotado, si has llegado a este último párrafo, y no es justo que te canse más por hoy. Mañana será otro día, o eso dicen.

dimecres, 3 d’agost del 2011

Las dichosas radiaciones cuando se vuela

Hoy os propongo un tema de divulgación que a algunos, los que vuelan a menudo, como yo, os puede interesar. Pensad que en lo que va de año llevo ya 46 vuelos, con unos pocos de corta duración (30 minutos) y la mayoría de entre 1 hora y media y 4 horas.

Volar nos expone a más radiación cósmica que estar en la superficie confortable española o incluso la de casi todo el resto del planeta (¡exceptuaremos el Himalaya!). La atmósfera filtra las radiaciones, de tal manera que cuantos más alto estemos más radiación recibimos. A 12.000 m de altitud con respecto al mar (más o menos, no seamos muy rigurosos con las cifras) nos exponemos a una radiación de 3 a 9 uSV por hora, con un promedio de 5 uSV/hora. ¿Y eso es malo? Bueno, no si hacemos un sencillo vuelo de una hora y media una vez al año, pero si eres piloto de un B767 y viajas muy a menudo de Barcelona a Nueva York ¡más vale que lo tengas en cuenta! La radiación varía según en qué ruta nos movamos, sobre el Ecuador se recibe menos que sobre los Polos, debido al campo magnético de la Tierra, por eso expresamente he indicado New York en lugar de Quito.

[Por cierto, 5 uSV/hora los recibimos también delante de un televisor de rayos catódicos, esos que ya nadie tiene o ya nadie quiere o ya nadie quiere reconocer tener todavía.]

Bien, ¿y dónde está el problema para los pilotos y demás profesionales de la aviación? Lo digo porque yo me pasaba horas ante el televisor y nadie me dijo que fuera nocivo para mi cuerpo, ¡si exceptuamos mi estado mental!

La radiación cósmica a la altura de crucero de 10.000 a 12.000 m representa alrededor de 100 a 300 veces más elevada que en mi casa al borde del mar (y sin televisor de tubo). A bordo del Concorde representaba el doble, a pesar de no ser el doble de altura. Repito ¿y eso es malo doctor?

Cuanto más largo sea un viaje a esas altitudes de crucero más radiación se recibe. Elemental, querido Watson (por cierto, Sir Arthur Conan Doyle no escribió jamás esa frase, no aparece en ninguno de los libros del infalible Sherlock Holmes). A cuanto más alto más se recibe, así es que más alto y más largo significa mucho más que ir de Barcelona a Menorca a FL210 (media hora de recorrido, apenas 10 minutos en altitud de crucero).

[Notación al margen: ¿Qué es un Sievert? Es una unidad de medida con cuyo nombre se honra a Rolf Sievert, sueco él, brillante médico y estudioso de los efectos de la radiación. Esa unidad indica la dosis de radiación absorbida (no la recibida) por los organismos vivos, con un componente del daño biológico producido, lo que la diferencia de otras unidades de medida de la radiación.]

Leo en una web que vivir en París supone una medida de 1 milisievert por cada 17 meses que te pases allí (en ese tiempo ya has aprendido, además, a hablar francés). Si vas en limosina (y no es en París) 1 milisievert lo recibes en 9 meses (suponiendo que aguantes tanto tiempo al chófer). Equivale también a realizar 7 vuelos de ida y vuelta de París a Tokio (no a Fukusima, ahí la cosa se complica) o de París a San Francisco; o para darle un poco de emoción, es lo que podrías haber recibido en un día y medio a bordo de la estación espacial MIR, sin contar el consumo de vodka.

Vale, yo me libro, no he ido nunca a la MIR y Tokio queda muy lejos de cualquier viaje mío habitual (por cierto, los que huyeron de Tokio por la radiación de Fukusima y volvieron a España recibieron más radiación en un solo día de vuelo que la que hubieran recibido en Tokio durante 1 año; ida y vuelta ni te cuento, como 2 años en Tokio con los niveles de cuando explotó Fukusima).

Para que os hagáis una idea de lo que estamos hablando, ida y vuelta a Tokio supone la misma radiación que media radiagrafía de pecho. ¡Con la manía que les tenemos a esas radiaciones!

Sumad horas y veréis que los que más viajáis lleváis ya un buen montón de radiografías sin que os hayan dado el papelito en escala de grises con vuestro esqueleto, y eso sin contar con los controles de seguridad. Pero ¿y los tripulantes? (con tanto lío casi me olvido de ellos.)

En Diciembre del año 2010 (ver http://www.thenewamerican.com/index.php/usnews/health-care/5067-pilots-urged-to-avoid-body-scanners) los pilotos de American Airlines solicitaron la supresión del pase por el scanner de los controles de seguridad para los profesionales del sector. Parece que algunos están preocupados por el tema. Las compañías aéreas tienen controles y normas específicas al respecto, pero cuando los pilotos de AA solicitan algo así ¡por algo será!

Espero no haberos preocupado demasiado con las radiaciones, no dejéis de volar, no es tan malo como parece, o no es tan malo como mirar la tele. Saludos,

dimarts, 14 de juny del 2011

Salud, edad y memorias

Mañana por la mañana tengo que madrugar, voy al ambulatorio a que me saquen un poco de sangre para que me digan que estoy igual que hace un año cuando me sacaron un poco de sangre, lo cual lo hicieron para decirme que estaba igual que hace 2 años cuando ...

Mi doctora se empeña en hacerme un análisis cada año porque sí, lo cual yo se lo agradezco porque así sabemos los dos de qué hablar cuando nos vemos, que es una vez al año, como has adivinado. Mejor dicho, en stricto sensu nos vemos dos veces, una cuando me dice que vamos a hacer un análisis de mi sangre y otra cuando me explica que curiosamente estoy como el año anterior.

Claro, tengo la seguridad de que eso cambiará algún día, que es imposible que cada año salga lo mismo si no se están equivocando de resultados y me están leyendo los del año anterior. Yo no me encuentro igual que hace unos años, mi doctora no debe tener buena memoria y cree que sí. O quizá sea yo quien no la tiene y crea que mi doctora no la tiene.

Lo que noto más cambiado es la sensación de que estoy más cerca de los 60 que de los 50, así es que diga lo que diga la doctora estoy estadísticamente más cansado cuando hago ejercicio, estadísticamente más gordo, estadísticamente más acolesterolado (¿existe ya algún verbo para eso?), quizá con azúcar, o con problemas de corazón, ¡o ves a saber qué otras cosas me deben estar estadísticamente pasando!

Lo que más me preocupan no son los músculos (incluyendo al malandrín del corazón), sino la cabeza. Esa está tan joven como antes, tengo los mismos inmensos despistes, la misma patética incapacidad de recordar mi propia vida (no digamos la de los demás), mi consuetudinaria incapacidad de escribir 4 palabras seguidas correctamente cuando utilizo un teclado (incluso me pasa cuando escribo con medios más antiguos), todas esas pequeñas cosas que siempren me han compañado pero que ahora se antojan más importantes porque ya no pienso que algún día las corregiré. Tampoco me queda ya el consuelo de que otros recordarán por mí las cosas que he vivido. ¡Los otros ya no se acuerdan tampoco!

Un día escribiré mis memorias, lo haré con total rigor y sinceridad. Ya tengo pensado el título del libro y su introducción. El libro se llamará "Desmemorias fragmentarias" y la introducción comenzará con un simple:

"Amigo lector, primero de todo debo agradecerte que hayas iniciado este libro por la introducción, lo cual denota un interés inesperado para mí por parte de cualquiera que tenga este escrito entre sus manos; para seguir tengo que decirte que el título del libro responde a mi deseo de no ser demandado por ninguna de las personas que puedan aparecer en estas líneas. A buen seguro que lo harían y lo más probable es que ganaran cuantos pleitos interpusieran contra mi memoria. Por eso he tenido que ser sincero desde la primera palabra, el título, y reconocer que no me acuerdo muy bien de casi nada; además ni siquiera recuerdo todo lo relacionado con lo que recuerdo, por lo que lo más probable es que mis recuerdos correspondan más mis ficciones que a la realidad de los demás. Dicho lo cual y para terminar, debo agradecerte que todavía estés leyendo mi introducción."

A lo que iba: salud, edad y memorias, todo es un todo.

dissabte, 4 de juny del 2011

Retomando el hilo perdido

Hoy te hablaré como a un diario, escribiré en tus blancas hojas como lo haría con mi trazo pequeño e irregular si tuviera entre mis dedos una pluma, la única herramienta de escritura que alguna vez amé.

Hoy comenzaré a amar de nuevo la tarea de escribir, así quizá pueda olvidar por qué dejé de hacerlo, por qué un 7 de Octubre perdí el amor a muchas cosas, aquel 7 de Octubre que escribió el fin de la vida de mi madre, el fin de lo incuestionable, el fin de aquello que conoces y amas desde que naces, el contínuo, lo que da cohesión y memoria a la existencia.

Amigo blog, ¡no te quejes si te abandoné! Tuve una razón que nunca antes había sentido, una razón ante la que ya no caben razonamientos, una razón de abandono. Aun pienso cada día en mi madre, aun siento cada día su voz, su sonrisa, sus manos débiles asiendo las mías, su sentido del humor, su capacidad de amar todo lo que hago, su orgullo ante mis éxitos, su perdón ante mis errores, su amor incuestionable, casi irreverente, hacia sus hijos. Y aunque a veces me enfadara contigo, aunque te sintiera agobiante con tus eternas preocupaciones nímias, ¡cuánto te echo de menos!

Así es que la vida me deparó una sorpresa en una esquina que no estaba en el mapa, en un día en el que mientras yo te escribía, mamá, amada siempre, un email que nunca recibiste, mientras pensaba en si te gustaría lo que te enviaba, mientras la vida continuaba como si ese mapa nunca hubiera tenido esa esquina, tú yacías sin vida por un quiebro del destino.

He tardado todos estos meses en doler en voz alta mi grito, en gritar en voz muy alta mi dolor, pero aquí estoy, al fin, gritando todo lo que te echo de menos porque ya no me lo puedo aguantar.

Retomaré el hilo de mis escritos, que quedaron muertos tras una esquina inesperada, pero por hoy solo este dolor escribiré.