divendres, 18 d’octubre del 2013

Aerofobia (acrofobia), ese inmovilizante y absurdo miedo a volar

De Wikipedia: “La aerofobia o miedo a volar es el temor o fobia a volar en aviones. Puede ser una fobia por sí misma, o puede ser una manifestación de una o más fobias, como la claustrofobia (el miedo a los espacios cerrados) o acrofobia (el miedo irracional e irreprimible a las alturas). Puede tener otras causas. Es un síntoma en vez de una enfermedad, y causas distintas pueden dar lugar a la aerofobia."

En 1999 padecí un episodio de síndrome vertiginoso que me tuvo una semana tumbado en un sofá luchando con la vertical y la horizontal. Probablemente debido a una infección de oídos, o un virus, se me alteró el sentido del equilibrio a lo largo de varios meses, con la indeseable secuela de acentuar una razonablemente controlada acrofobia (que me temo que la tendré de por vida) y provocarme el pánico más cerval a volar. Tras unos meses durante los cuales mi sentido del equilibrio luchaba por recuperarse, viéndome obligado a utilizar referencias visuales tan básicas como mirarme en un espejo para saber si estaba derecho o no, la natural sobrecompensación llevó a mi sentido del equilibrio al extremo opuesto: cada grado de inclinación en cualquier sentido era entonces exacerbado y lo sentía cómo una caída brusca y en el vacío.

Así, saliendo en cualquier vuelo de cualquier aeropuerto me sentía caer literalmente al vacío en cuanto se producía el primer giro; cualquier cambio de rumbo en vuelo me precipitaba de nuevo al vacío; el inicio del descenso me pegaba al techo del avión; las turbulencias ... mejor no hablar de ellas, todavía siento el sabor del pánico que sentía. El estómago se revolvía en cada una de estas situaciones las manos sudaban mares helados, los párpados se agitaban, la respiración se entrecortaba, las piernas se tensaban ... la aerofobia estaba servida.

Por supuesto me convertí en un asiduo de los asientos de pasillo, viajar en ventanilla era un martirio, y del consumo (moderado) de alcohol antes de subir al avión. Un año más tarde, en unas vacaciones en Perú, el avión que me llevaba de Cuzco a Lima-Callao tuvo durante la aproximación a Lima-Callao dos pérdidas de sustentación muy bruscas consecutivas, tras lo cual los pilotos abortaron el descenso, subieron y volvieron a descender en una configuración diferente. Recuerdo haber visto a una azafata golpearse en el techo en la primera de las pérdidas de sutentación; todo mi cuerpo sintió lo mismo, a pesar de que el cinturón me ataba al asiento. La sensación de la muerte cercana te calma, no obstante, pero tras esa calma el exceso de adrenalina me emborrachó y los temblores no cesaron hasta después del aterrizaje.

Es algo más que desagradable saber lo que te está pasando, tener todos los conocimientos para saber que es algo irracional y no poder, a pesar de ello, controlarlo. Como muchos otros, comencé a beber alcohol (básicamente cerveza) antes de subir al avión, y una vez en vuelo a pedir un vaso de vino (preferiblemente blanco, pega más en ayunas). Es algo que realmente rebaja la ansiedad y atonta el sentido del equilibrio, con lo que las situaciones simples pasan mejor, pero no las imprevistas: las turbulencias me despejaban cualquier efecto del alcohol y el resto del vuelo volvía a ser un martirio. Y turbulencias las hay casi en cada vuelo, en mayor o menor medida, lo que a la postre significaba que el recurso del alcohol solo servía para atontarme al inicio del vuelo. Eso sí, tomé la sana decisión de no pasar de un nivel aceptable de alcohol, teniendo en cuenta que tras aterrizar me esperaba siempre alguna reunión o algún evento que me requería despejado, o simplemente mi coche y la patrulla de control de alcoholemia de la rotonda de acceso a la zona en la que vivo.

El dilema se estableció entre estar histérico pero despejado o estar tranquilo pero atontado. Otro de los recursos habituales en aquellos años de pánico durante el aterrizaje o las turbulencias era el realizar cuentas mentales algo complejas o que requerían concentración, como contar regresivamente desde 11900 hacia atrás de 7 en 7 (11900, 11893, 11886, etc.). De 7 en 7 porque no es tan mecánico como de 5 en 5, de 2 en 2, etc., y a partir de 11900 porque es múltiplo de 7 y así en cualquier momento podía, dividiendo por 7, verificar si me había equivocado o no. A menudo me perdía y no sabía realmente el resultado de la división por 7 del número por el que iba, no podía razonar a pesar de mi formación matemática universitaria.

Tenía claro que ponerme en manos de un especialista es estos temas no era una solución para mí. Soy más bien reacio a aceptar una ayuda externa si puedo resolver las cosas por mí mismo, pero aquello estaba durando demasiado. Dado que mi media de vuelos anuales no baja de 40, con algunos años en torno a los 70, los episodios de pánico eran demasiado cercanos unos otros y condicionaban mucho mi vida, a pesar de lo cual jamás renuncié a volar. Había que encontrar una solución o había que dejar de volar, lo cual hubiera significado renunciar a muchas cosas que conforman mi vida. Varias veces estuve a punto de inscribirme en alguno de los cursos organizados por compañías aéreas, o con la colaboración de ellas, que intentan ayudar a combatir la aerofobia. En la página web de una de esas empresas se lee lo siguiente:

• Cuando sabes que tienes que volar ¿sientes un cosquilleo en el estómago desde días u horas antes del vuelo?
• ¿Sientes la tentación de beber alcohol para "pasar el trago" más fácilmente?
• ¿Te resulta imposible distraerte o trabajar durante el vuelo, dado tu estado de nervios?
• ¿Estás pendiente del más mínimo ruido o señal sospechosa?
• Antes o durante el vuelo ¿padeces taquicardias, molestias digestivas, tensión muscular, sudoración de manos, etc.?


Todos esos padecimientos describían mi estado. Ese era el tipo de ayuda que necesitaba, pero el problema es que todo lo que me podían contar ya lo sabía yo. Quizás sería divertido realizarlo, pero no creía en que me pudiera ayudar, a mí no hacía falta explicarme por qué o cómo vuela un avión, en aquel entonces ya llevaba más de 400 vuelos realizados. El programa incluye también la “experiencia de volar en Puente Aéreo Madrid-Barcelona”, algo casi cotidiano para mí. Pero era una posibilidad. Consulté muchas veces esas páginas webs pero no llegué nunca a formalizar una reserva de plaza. ¿Invertiría una suma importante de dinero en un fracaso?

En el fondo no creía que pudieran aportarme una solución radical. Al cabo de muchos años de mal llevar mi aerofobia apareció ante mí la solución, de una forma inesperada pero a la vez atractiva: si no puedes con tu enemigo únete a él. ¡Me convertí en fotógrafo spotter! Desde siempre había sentido una enorme atracción por los aviones, y los veía a menudo aterrizando o despegando en El Prat (resido a 15km del aeropuerto en línea recta con las pistas del mismo), así es que lo único que necesitaba era una cámara y tiempo. Lo primero se compra, lo segundo lo tenía, poco pero suficiente.

La cámara durante los vuelos proporciona un escudo de defensa sicológico si vas en ventanilla. En lugar de padecer los cambios de rumbo los aprovechas para buscar posibles objetivos en tierra firme, en los aterrizajes buscas también esa fotografía imposible de realizar desde abajo, en los despegues tratas de pillar el aeropuerto durante los giros, durante el vuelo puedes buscar otros aviones o puedes disparar a cualquier objetivo interesante en tierra. Sustituyes el alcohol por una cámara, ganando en todos los sentidos. Es un escudo de defensa porque te aleja como lo hace un visillo de la calle, pero poco a poco puedes ir prescindiendo del visillo para ver el mundo como es, con toda su belleza. A la par, los conocimientos que se adquieren como por ósmosis cuando eres un spotter te ayudan a rellenar lagunas adicionales. Ese tipo de información la encuentras con facilidad en Internet, pero yo no la usaba antes de ser spotter. De hecho no distinguía un B737 de un A320.

Hoy en día, con más de 900 vuelos a mis espaldas, la aerofobia es algo del pasado y mi sentido del equilibrio es el normal de antes de aquél episodio de 1999. Sigo sintiendo desazón ante las alturas, pero no es bloqueante y no me afecta más de lo que lo hacía años atrás, antes de que todo comenzara. Quizás exista algo semejante al hecho de ser spotter que ayude a erradicarla...

Curiosamente la solución de la cámara de fotos no está incluida en los cursos de “Pierda el miedo a volar”, ni la palabra spotter, ni la realidad, hermosa y gratificante, de este aerotrastorno nuestro. Bien, tengo que reconocerlo, he cambiado un trastorno por otro, mi aerofobia por nuestro aerotrastorno, por la cámara y por la amistad de los aerotrastornados, pero creo que salgo ganando.
 

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